La evidencia científica afirma que la Covid-19 hace estragos en países donde el sentido común es poco común, por lo que estoy seguro de que en Colombia la pandemia tiene futuro. Esta tierra borrascosa que llamamos país, esta Locombia, es una olla a presión con la válvula reguladora dañada. Todos vemos que el vapor no sale, sin embargo, nos reunimos alrededor de ella con la esperanza de comer, no de morir.
En dicha olla se cuece el asqueroso sancocho que por años hemos tragado a pesar del marcado sabor a mierda. Nuestro paladar está tan acostumbrado al fuerte sabor del desperdicio humano, que somos capaces de tragarnos todo. Nos tragamos que la fuerza pública trabajara con paramilitares para dar captura a Pablo Escobar. Nos tragamos los desaparecidos del palacio de justicia. Nos tragamos los diez mil falsos positivos. Nos tragamos las chuzadas del DAS. Nos estamos tragando el exterminio de los líderes sociales y, sin duda, nos tragaremos las chuzadas y persecución a políticos de oposición y periodistas a manos del ejército.
La necesidad hizo que nuestro sistema digestivo aguantara de todo, pero lo extraño es que en ocasiones parece que necesitamos que la mierda esté en el menú, que se nos ofrezca como entrada o como plato fuerte, pero que se ofrezca. En Colombia desde el carnicero de la esquina hasta el pudiente empresario sabe sobre el clientelismo y el desprecio que los gobernantes sienten hacia los pobres. Tienen una claridad, casi pasmosa, sobre cómo funciona la corrupción en el país, y quizá, por estar en contacto con ella a cada instante, en cada lugar, jamás se escandalizan por los alcances de ésta.
La historia nos dice que las situaciones extraordinarias obligan a las personas a cambiar sus hábitos alimenticios. Eso lo podríamos decir sobre cualquier país del mundo, pero no de Colombia: en este país se come mierda en la bonanza y se come mierda en la escasez. Quizá cambia un poco la sabrosura con que se come. Mientras en la bonanza el pobre puede renegar del sabor del plato, en la escasez se come con gusto la porción de mierda y se agradece por ella.

Iniciada la cuarentena las pequeñas y medianas empresas entraron en pánico. En este país casi toda empresa trabaja con dineros de la banca. A falta de patrimonio personal para invertir, siquiera en un mínimo porcentaje, se le vende entera el alma al diablo. Entre el pago de préstamos a los bancos, la nómina, y la manutención familiar, los dueños de las pequeñas y medianas empresas salieron despavoridos a venderse al mejor postor. Les ofrecieron endeudarse, y ellos corrieron gustosos, cabe anotar, a comer su porción de mierda.
Los informales de los estratos uno y dos, que son, me atrevería a afirmar, el grueso de la población colombiana, recibieron mercados miserables, que más que una ayuda era un insulto, y salieron dichosos a comerse su porción de mierda, mientras los amigos del alcalde o del gobernador de turno se llevaban miles de millones al bolsillo izquierdo. Algunos gobernantes estiraron el presupuesto y se atrevieron a pagar los servicios públicos, mientras otros se asieron de las leguleyadas más cómicas para declarar sin recursos al municipio o al departamento.
No puedo terminar sin señalar lo más hilarante de la coyuntura generada por la Covid-19. Locombia es un país tan extraño, que las iniciativas para mitigar la pandemia parecen basarse en lo que sucede en otras latitudes, puntualmente parte de Europa, digo parte, porque de Reino Unido nadie habla, y Estados Unidos. Mientras el número de infectados activos y muertos aumenta diariamente en el país, el gobierno habla sobre la apertura económica, quizá para no desentonar en la conversación que hoy sostienen los americanos y los europeos. Ya saben, si en algo es experto el arribista, y el nuestro es un país arribista, es en mentir para no pasar vergüenzas frente a sus amigos adinerados.
Poco importa al gobierno nacional el peligro evidente que es dar la orden para que la gente salga a las calles. El grito es sostenido, a pocos centímetros de nuestro rostro. Tan cerca y fuerte nos gritan, que siento como las gotas de saliva salpican mi cara: ¡al carajo con quien tenga que salir a trabajar! Si no quiere hacerlo, pues renuncia, porque aquí lo importante es el tejido bancario, y las rentas de las grandes empresas, y si para ello hay que mandar a miles de pobres a comer mierda, pues se hace. ¿Y qué?
No diré que la pandemia sacó lo peor de nosotros. Tampoco diré que lo vivido en medio de la cuarentena por la Covid-19 significó un punto de no retorno, un despertar. No. Si algo hay que resaltar, y es el espíritu de esta columna, es que los colombianos somos versados come mierda, y eso no lo cambiará una pandemia, mucho menos una guerra nuclear.