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Nadie cuando paso

Jorge Berdugo by Jorge Berdugo
mayo 7, 2020
in Opinión, Uncategorized
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Nadie cuando paso
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Me puse un disfraz que no he podido, o que no quiero quitarme. Me vestí de nadie.

Con tantas formas de actuar en la cotidianidad y de mostrarse frente a la sociedad, hay que ser muy tonto para seguir, o por lo menos mostrarse, como el mismo idiota de siempre. En la adolescencia, yo, sin tener plena consciencia de ello, me mostraba como un niño débil y tímido. A causa de eso padecí mis épocas de escuela. Era un niño mediocre académicamente y casi invisible en lo que se refiere a la interacción; sin embargo, la supe pasar bien con algunos amigos que conseguí. Eran otros niños retraídos como yo. Pero más que hablar de cómo era o cómo soy, quiero hablar de cómo nos mostramos. Empecé hablando de la adolescencia porque es en esa etapa en la que empezamos a tener consciencia de cómo nos presentamos ante el mundo. En la niñez eso no sucede, o no con plena consciencia. Sin embargo, en la adolescencia empezamos a dar rienda a nuestra libertad.

Yo andaba con los nerds, pero no era lo suficientemente bueno en la escuela para acoplarme a ese mundo. Era un perdedor dentro de los perdedores. No ligaba con chicas, conocí tarde la masturbación, mi físico (flaco en extremo, de extremidades raquíticas y débiles) me impedía destacarme en el deporte y era –lo sigo siendo– malgeniado y aburrido. A pesar de todo, era un muchacho que quería agradar y encajar mejor con todos, mostrarme un poco triunfador, pero siempre me ganó la timidez. Así que nunca pude mostrarme como quise, me mostré como era.

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En la primera juventud empecé a ver en los libros la manera de encontrar otra postura frente al mundo. Leía literatura e historia de la filosofía. Solía maravillarme con lecturas que ahora me parecen absurdas, pero ¡vaya que supe gozarlas! Recuerdo la envidia que me producía la pendeja de Sofía por tener un mundo tan privilegiado. Yo también quería escribir cartas a Sócrates y a Platón y recibir contestación. En esa etapa empecé a transfigurarme, adopté la postura de un intelectual. Ya tenía ciertos conocimientos que me hacían sentirme superior. Y es fácil, en esta sociedad, sentirse así. Sobre todo cuando uno nota que la gente es muy ignorante en ciertos temas, como por ejemplo, en los que yo empezaba a interesarme.

Venderme como un intelectual no era suficiente. Por eso, estando en la universidad, encontré en la literatura el tipo de intelectual que quería ser. Entonces me quedé con la parte bohemia de ciertos escritores, sobre todo de algunos muy ácidos como los simbolistas franceses, Poe, Bukowski, Pessoa, Gomez Jattin… había encontrado el disfraz con el que me quería vender al mundo. Aún tengo en el Facebook algunas imágenes (ahora me producen vergüenza; no con ustedes, conmigo) de aquellos años en los que posaba con cara de maloso, una botella de ron y haciéndole pistola al mundo. En esa época gané en rebeldía, una rebeldía espiritual. Me alegro de no haber sido nunca un activista de los públicos.

Aquí cabe un paréntesis, porque entre esta y mi siguiente faceta importante, fui e intenté ser muchos personajes: un vallenatero machista, de lo que sólo me quedaron unos versos vallenatos; un alcohólico empedernido, de lo que sólo quedó la fobia a las parrandas; un casanova sin suerte, de lo que sólo quedó creer en el amor; un amigo incondicional, de lo que sólo quedaron deudas. Y así.

Luego de eso me puse un disfraz que no he podido, o que no quiero quitarme. Me vestí de nadie. Quizás porque realmente no aspiro a ser nada o quizás porque quiero ocultar, a como dé lugar, mi real condición de profesor; o dicho de mejor manera, de triste profesor. Y no se confundan, que quiera ocultarlo no quiere decir que me avergüence de ser docente o, como la mayoría de malos, retrógrados y estúpidos colegas piensan, que denigrar de mi labor es señal de que soy un mal profesor. Si lo hago mal, será por otras razones. Pero siempre intento hacerlo cada vez mejor.

Mi forma de ser nadie ha tenido matices. Primero fui un ente neutral entre la masa, un personajillo enclenque al que todo le daba igual. La familia me daba igual, perder o ganar era lo mismo, tener dinero me daba igual, escribir bien o mal no importaba, la academia me daba sueño y la política me daba asco. No obstante, resaltaba por ser el flojo pesimista. Algunos así me reconocían. Entonces decidí mejorar mi manera de ser nadie. Invisibilizar mi pesimismo. Tratar de que no me reconocieran por nada. Todo lo anterior me siguió dando igual, pero esta vez andaba con media sonrisa en la cara. Opté por no hacerme tatuajes, no vestir extravagante, no vestir elegante, no parecer ni un joven rebelde ni un correcto profesor. Eludir a los que soportaba y a los que no. Jurar en vano por su santo nombre y, si era preciso, amar a dios sobre todo.

Ahora, yo, o sea, nadie. Siento que he desvanecido mi carne y, en cambio, ha surgido una voz. Una voz ronca y sincera, esta. Que todo el tiempo se dice las verdades a sí mismo, y, de vez en cuando, sale a decir algunas cosas a los demás.

Que cada quien sea lo que quiera. Pero yo quise mirarme a ver cuántos personajes he sido, porque ayer me encontré a un compañero de la escuela que me dijo « ¿tú eres Jorge, Cierto? no lo puedo creer, tuve que hacer un esfuerzo para reconocerte, te saqué por tu voz ronca. Estás muy cambiado». Me dieron ganas de contestar: « sí, no valgo ni verga, ahora no soy nadie. Pero tú estás peor, sigues siendo el mismo simpático que se vende como triunfador, el que posa en sus fotos con el mar a la espalda y las gafas oscuras, pero todos saben que eres un gorrero, le pegas a tu mujer y vives estresado por un sueldo de mierda». En vez de eso, le di un abrazo y le mandé saludos a su familia.

Tags: cambiopersonalidad
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